lunes, 16 de julio de 2007
Vacío

Despertó sudando. Se apoyó en la única pared firme que quedaba en esa jaula de escombros, esa que podría llamar casa algún día. Miró a su alrededor, en confusión, desconcierto. Tomó el último sorbo de esa lata de cerveza que encontró a los pies de su cama. La soltó y la pateó. Se puso una chaqueta y un par de zapatos que le sabían a recuerdo. Dio unos pasos temblorosos hacia la puerta, que al empujarse, no hizo más que caerse.

Dio la primera caminata, en abrazo con las luces de neón y los letreros de carretera, tomando confianza cada vez que ponía un pie delante del otro.

Tomó su recorrido a través de esas calles palpitantes del centro, recorriendo cada esquina con su mirada inquisitiva, sintiendo cada respiro de cada persona que se atreviera a caminar por ese manto de noche y luz.

Decidió entrar al Balor. Era un cliché ver a ese tumulto de hombres echados en la barra. Solamente pudo caminar a una mesa y tenderse en ella esperando su cerveza y prendiendo un cigarro. Miraba con distracción al techo enmohecido y a medio caerse, mientras las melodías brumosas se extendían por sus oídos.

– Sofía – dijo una voz desde una silla en su mesa. La miró; extendía su brazo en gesto amistoso y sonreía, en humilde paradoja con el brillo de las luces titilantes al frío.

Despertó, con alivio. Se apoyó con esfuerzo en la cama para incorporarse y encontró un brazo que no era suyo. Saltó de la impresión fuera de la cama, solamente para encontrarse con el suelo y eventualmente con la pared.

Sofía abría los ojos, como si expandiese sus párpados con la paciencia más absurda. Estiró sus miembros largos y desnudos, su torso medio cubierto entre las sábanas blancas de su cama.

– Hola, tú – dijo ella. Sonrió.

Salió esa noche, cuando ya la sombra abrazaba la ciudad. Paseaba, lentamente, a través de la plaza. Se sentó en un banquillo y prendió un cigarro. Hacía frío esa noche; probablemente llovería. Al menos tenía una lata esta vez.

Se levantó con lentitud y corrió por las callejas buscando un lugar donde dormir. Encontró una casa a medio caerse, en un lugar que muchos deben de haber olvidado. Entró, dejó la cerveza en el suelo, se liberó de su chaqueta y de sus zapatos y se dispuso a dormir al calor de la noche.

Despertó, con alivio. Se apoyó con esfuerzo en la cama para incorporarse y encontró un brazo que no era suyo. Saltó de la impresión fuera de la cama, gritando. Se golpeó en el suelo y pateó con fuerza el velador.

Sofía despertó asustada, gritando, intentando retomar la calma. Se abalanzó sobre ella, en gesto maternal. Estamos juntas – dijo, abrazándola.

Despierto asustada, sudando, gritando de pavor sin razón aparente. No siento su calor, no siento su cuerpo. El frenesí invade mi cuerpo, recorre mis piernas y se toma inevitablemente mi garganta. La vista no me entrega nada en medio de la penumbra.

Me levanto rápido, agitada y corro a través de las habitaciones. No está, no está. La cocina, tras los sillones, bajo la cama, en el patio, el baño, las escaleras, su amado ático. ¡No está! Medio desnuda salgo a la calle gritando su nombre.

El sol comienza a darme estocadas mientras corro cerro abajo, al centro. La gente sigue hipnotizada en el sueño, las calles me miran en su triste y vacío final de madrugada. Cerca del puente la veo: al borde del río, escupiéndole a su vida.

– ¡Ofelia!

Me miró. Luego, no hizo más que caer.

posted by Sonatina @ 11:04 p. m.   5 comments
 
 
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